Skip to main content

We will keep fighting for all libraries - stand with us!

Full text of "Constancio C. Vigil Cabeza De Fierro"

See other formats


I 




5* Edición, de 50 000 ejemplares 



EDITORIAL ATLANTIDA 

BUENOS AIRES 



i ] iL<trañt(i*ÚL<i i¡ i Vedc.Yíco R/i 



Esta quinta edición de 

Cabeza de Fierro 

se imprimió en los talleres 
de la Editorial Atlántida, en 
el mes de septiembre de 1953. 



Derechos reservados 
Hecho el depósito que marca la Ley, 
Printed in Argentina 



CABEZA DE FIERRO 




esde pequeño, Cabeza de Fierro llamaba la atención 
por sus larguísimas orejas, que asustaban a los otros 
burritos; desde pequeño, Cabeza de Fierro era como 
esas personas que van contra el sentido común y 
contra la razón, y por ello padecen innumerables sinsabores 
y grandísimos quebrantos. 

Si la madre le decía que la siguiera, no le hacía caso; siem- 
pre se quedaba atrás. Algunas veces, cansada del caprichoso 
borriquillo, seguía ella andando, y él la perdía de vista, se 
quedaba solo, y así pasaba la noche en medio del campo, con 
un miedo terrible de que viniese un león a devorarlo. 




Cual si tuviera realmente la cabeza de hierro, daba con ella 
contra los troncos de los árboles y contra las piedras. Por mi- 
lagro no se le rajaba como una sandía. Bastaba que los otros 
burritos le dijeran ante un peñasco: — "A éste, tú no lo rom- 
pes , para que él tomara distancia y lo embistiese a la carrera, 
con la cabeza baja, igual que un toro. Al dar contra la piedra 
sonaba el cráneo lo mismo que un tambor. 




^ ^ ran< k' 3 uer * a que su rebuzno fuese siempre 
u timo y el más fuerte. Al principio, algunos burros 

él de VleJOS, piCa<los por tal falta de respeto, se tomaban con 
Cabeza^^F^* 0 ' ^ C *^°' toc * os se dieron por vencidos. 

dejar a tLj*!™ T C * P * Z de rebu2 » a ' día y noche hasta 
; a c °aos sin aliento. 



En cuanto oía decir que los burros no debían rascarse en 

cierto palo porque tenía clavos o astillas y se lastimarían, 

exclama 




-—No ha de poder eso más que yo. 

Y llegándose al palo peligroso se restregaba con todas 
sus fuerzas, hasta que la sangre le brotaba por los desgarrones 
de la piel, mientras los demás burros, horrorizados, cerraban 

los ojos para no verlo. 

Si alguien lo montaba* o le ponían carga encima, corco- 
veaba hasta arrojar al suelo el jinete o la carga. 

Cuando el amo lo ataba al carro pensaba: "¿Y si se me 
antoja no tirar?" Y no tiraba, y no había poder humano que 

lo moviera de su sitio. > 



1 




na vez, frente a la escalera de piedra de una casa en rui- 
ñas, oyó decir a un burro que era muy peligroso subir por 
ella, Ln seguida subió, ante el asombro de toda la burra- 
da, ycuando estuvo en el último escalón se volvió y rebuznó/ 

¿Ven ustedes que cuando yo digo que lo haré, lo hago, 
y no es cosa de reírse? w • 

Desde abajo le contestaron: 

<Te quedarás ahí toda la vida? 

Bajo ahora mis... — sólo alcanzó a decir, pues al decirlo 
rodaba ya escalera abajo, y del porrazo anduvo muchos días 
descalabrado y con las narices infladas como globos. 



10 




«£! tenía sran ojeriza ' ai n ° ^ 

rnbarJas como el quería con i-™™, j 
hO* Jf^ i i ° n SUj Emendas coces. En 



— -~ j ti i, — " wuv,l "«*> coces, ün 

todas ellas quedaban estampadas sus herraduras como se- 
na es de su tozudez, y de todas se alejaha arrastrando las 1 
dolendas. s P atas 




a P herrarlo le tapaban la cabeza 7 lo ataban de tal ma 
ñera que m la cola podía mover. El herrador, para ver J 
le quuaba aquellas ínfulas y aquellas rebeldías que lo f or 
zaban a tantas precauciones, le hacía cosquillas, lo pelüzca ba 
con las tenazas, le tiraba de la cola, le metía una P a£ por 1 
nances y por las orejas; pero Cabeza de Fierro, aun a Tcu ra 





° 0 0 



.9 



4> 



* 9 ° ^CpVg ^ 




y quieto como un garrote, rezongaba amenazas, decidido a 
cobrarse de tales picardías en la primera oportunidad. ; ¡ 




se 



i la burrada entera no comía cierta hierba, por ser dañina, 
Cabeza de Fierro la comía y se pasaba la noche con dolores 
de barriga, entre quejidos y coces. *| 
Inútilmente le recoroendahian los compañeros que no 
acercara a un pozo que allí había. En cuanto se lo decían 
* paseaba por el borde, y caía en el pozo.- Y el amo lo dejaba 
3 aba ^° Y sin comer el día entero. Lo sacaba después con 
suma dificultad, y una vez que estaba afuera le atizaba una 
P a iza, para ver si escarmentaba. En vano le repetían los com- 
paneros que no se acercara al pozo, pues, por llevarles la contra, 
°AVia a caer en él. 




DE no ib * ningún burro, porque había nubes de tába- 
aIlá iba C abeza de Fierro con la firme intención de no 
jar Uno vi vo. Volvía deslomado de dar coces al aire, con 



12 




\ 




las patas delanteras pintadas de rojo, tanto le c^ría la sangre 
con los lancetazos de los tábanos. * W 

Si veía una avispa la golpeaba con la cola. A poco la 
noticia cundía en el avispero y salían a millares las avispas 
furiosas para vengar aquella agresión injustificada. En segui- 
da clavaban el aguijón en las orejas y en las narices de Cabeza 
de Fierro. Brincaba el impertinente a cada pinchadura y al fin 
corría campo afuera, con el rabo en alto, enloquecido de dolor 
y de rabia. M 



T Tna noche muy clara de luna llena propuso a los compañe- 
{^J ros situarse ante la ventana del amo y darle una serenata 

para vengarse de sus malos tratos. Ninguno de los burros 
quiso acompañarle; pero él fué y con sus rebuznos despertó e 
irritó al amo. Salió éste por el lado opuesto, lo sorprendió en lo 
««jor de sus rebuznos, y le dió tal cantidad de garrotazos que 
faltó poco para que lo matara. 4 

Al día siguiente el amo se levantó con su plan hecho. 

13 



ñeras T 8 "** ^ CabeZa de Fierro Y> c ™ muy suaves ma- 

y gran° a*** * P ™° d P esebre > donde P uso P a Í a 

retiró! 10 ^ ^ Cantidad ; lu ego, trancó el portillo y se 

Cabeza de Fierro A A' t 
P° c os días olvidó aedlC0 a comer muy a sus anchas. En 

y de exceWi- 1 ° * P * llZa Y en P ocos días ma s se puso gordo 

diente aspecto. m..^t . r 1 



^ de excelente 7 Cn P ° C ° S días mas se pus0 g ° 

los garrotazos Pateciale ^ ue el amo > arrepentido de 

vida > sin más trab ^ com P ensació * aquella apacible 

suelta. ajos ^ comer a reventar y dormir a pata 



14 



Pero ocurrió utu nuninj cjuc el amo abrió el portillo, 

lo tomo del < i lastro y lo llevó por «1 camino. H^a hora, el 
treiCO aire y la tranquila marcha resultaron muy del agrado 

del jumento, y en señal de satisfacción de cuando en cuando 
>! tba ruidosamente por las narices. Andando, andando, lie- 
carón asi a un lugar donde había muchos hombres y también 
muchos burros, pues era ni más ni menos que una feria para 
la venta de animales. Allí aguardó impaciente Cabeza de Fie- 
rro el regreso al bien provisto pesebre; pero ocurrió que des- 
pués de largo rato otro hombre lo tomó por el cabestro y se 
lo llevó con él. Ello significaba que el amo lo había vendido y 



-me la buena vida disfrutada sólo se encaminaba a mejor ar 

figura para obtener el mayor precio posible. 



Y 



A en su casa, el nuevo amo entró en el pesebre para que 

tras él lo hiciera el asno. Pero tuvo la sorpresa de 
Cabeza de Fierro, con la cabeza baja y las orejas tiesas 
clavó las cuatro patas en el suelo y aguantó sin moverse ciento 
y un tirones del cabestro y múltiples palabras y caricias. Ver- 
dad es que la entrada era angosta y que allí adentro había bas- 
tante oscuridad; pero, de cualquier manera, k resistencia no se 
justificaba. y 
— ¿Esas tenemos? — dijo el nuevo amo. — Con razón te 
vendieron y con razón voy yo ahora a enseñarte a obedecer. 

Y cogiendo un palo le atizó una paliza como para deshacer- 
lo, sin que Cabeza de Fierro diera un paso. 

El nuevo amo, ya emburrado, habló directamente con e! 

burro y le dijo: 

¡Mira que a cabeza dura no vas a ganarme tú!... Si no 
entras, porque crees que no cabes por la puerta, la agrandaré 

ahora mismo. 

Ato al jumento, trajo un hacha y en cuatro buenos golpes 

embo casi <W todo las tablas que formaban la delantera del 

pesebre. 

ampoco así quiso entrar. Entonces el hombre, después 

ue decir cosan ,„¡,: , i 

rrico ■ S,mas ' todo por ser diri gidas a un bo- 

bcza dTpk" 0 empu j arl ° a viva fuerza hasta el pesebre, y Ca- 
el b 1Crr ° empu * aba a su vez retrocediendo. A ratos pod'u 

hi *> encaré '""V" el amo S^a. ^'J! 

apareció U • reua > 8 *n que ninguno venciera, hasta 

a mujer del emburrado y irritó: 

¡ De ja, por Di^ g 

8ac °el«udor qu . ? m ,a bre « a > « secó con la manga dei 

Hue chorreaba por su rostro, contempló con í*' 



ros ojos a Cabeza de Fierro, y dijo, ya perdido el juicio: 1 

— ¡Poder tú más que yo, no te lo sueñes!... ¡Te voy a 
más palos que besos te dió tu madre! <M * 

¡Repara, por Dios santo, en lo que dices! — suplicó 
mujer. — ¡Nunca jamás se vio que una burra besase al hijo* 
—Digo y diré — replicó él — lo que se me da la gana, Y 
si no quieres escucharme, vete. 

¡Déjalo, por favor! — insistió ella. — ¡Déjalo afuera Y 
ven a comer que es Urdd A lo ^ ^ ^ ^ peseta* 

^17,°^^. el tiro val * mucho. 
ase»»r 1 C ~ dijo el homb re — para que lo descuarticé Y te 

Pa-~ ^ i c "tre ceja y ceja hacerlo. f ; 

x ero tal era c ^ - - - x la 

casa Al ga ^ ue finalmente cedió y entro en 

acento: rebu2nó el as ™> Y entonces dijo él con 



18 




Rebuzna, rebuzna, y di cuanto quieras, pero yo te ase- 
guro que si tú no cedes, ¡yo no cederé! 

Cuando volvió a salir, ya más tranquilo, ató el burro al 
carro para probarlo en el tiro. Debía ir hasta Ja casa de un 
vecino con una bolsa de trigo. J 

Cabeza de Fierro se negó a caminar. Empuñó el amo el 
látigo y lo hizo chasquear: nada, ni un paso. Empezaron los 
latigazos, primero en el lomo, luego por las patas, después por 
la cabeza. Renunció el hombre a los latigazos, se decidió por 
los palos y con todas sus fuerzas y muy a conciencia lo apaleó 
de arriba abajo y desde las orejas hasta la misma cola. Entre 
palo y palo le gritaba, cada vez más furioso: 

— ¡Ala, he dicho, y no me contestes! ¡Mira que no lo 
tolero! ¡Sangre te costará cada palabra!... ¡Anda para adelante, 



como todos los asnos! ¡Anda como yo quiero, o te convierto 



en añicos! 



micos! 

A pesar de todo, en vez de marchar el burro hacia adelante, 
retrocedía, y andando así al revés, hicieron todo el viaje, y 
arribaron finalmente a destino. . 

Al verlo llegar en tan estrafalaria forma, el amigo no a 
carcajadas, y dijo: 

Es que ha cambiado el sistema y anda usted a una nueva 



* 

t 

moda? 



Es — dijo el visitante — que compré el. burro más burro 
que hay en el mundo. No ha querido andar de otra manera, y 

no hay rigores que valgan. ' § 



— Es — afirmó el vecino — que estas cosas no se arreglan 

a garrotazos|!$ino a buenas. 

— Es i — replicó el visitante — que no me va usted a enseñar 
a mí, que sé lo que hago y tengo mi experiencia. 

— También yo tengo la mía — dijo el vecino. 

- — Pues si la tiene — dijo el visitante — y tanta es su con- 
fianza en su sistema, cómpreme el burro, y pruebe, que se lo 
doy en la mitad de lo que me costó. 



■| tm dos estaban en realidad emburrados y para no ^ 

el visitado dijo: * * 

No lo repita dos veces, porque se lo compraré. 
—Cómprelo — dijo el visitante — y así veremos cóm 

arregla usted estas cosas. 



El caso fué que el vecino compró el asno, y el otro regresó 



muy satisfecho a su casa, dejando el carro para retirarlo en 

mejor oportunidad. 



a l primer rebuzno de Cabeza de Fierro, la familia del com« 
r\ prador, hasta entonces tranquila y razonable, empezó a dai 

claros indicios de testarudez. Grandes y chicos volviéron^ 
se discutidores. A cada momento se oían exclamaciones corroí 



¡Meíostéiiga ííJí lo dicho! 
Como yo digo, así tiene que ser! 
¡A porfiado, porfiado y med«^| 
¡No daré mi brazo a torcer! $P*;'' |f l| 
¡Antes me muero que hacerlo! 
m dueño de casa porfiaba como ninguno, pero en medio 
de toao notó que las discusiones se embravecían con los rebuz- 
de Cabeza de Fierro y desconfió de su maléfica influencia. 
Desde que está ese burro aquí — le dijo a su mujer — 

ya no hay paz en esta casa. ||; 

—Que no hay paz — dijo ella — es la verdad; pero que 
el asno tenga partj en eso, no lo creo. 

Sé lo que digo, y no me lleves la contra. Al fin y al cabo 



lo compré por capricho, y no lo necesito, y lo venderé en seguida. 



1 



En tu lugar, yo no lo vendería. i| 
He dicho que lo venderé. 

.Eso no significa que hagas bien en deshacerte de un 

. i .11* nuede sernos útil y que nada cuesta tenerlo aquí, 

animal que puwv ... ^ , 

A ide sobra la hierba» f|¡|f, ; ■ 

Nadie te pregunta si sobra o falta hierba, y sé lo que 
debo hacer. Mañana mismo me lo llevo a Rialto y se acabó. 
6 Ya que Jo venderás, llévalo a Pirlo, que es pueblito 

mejor y obtendrás mayor precio. 

-A Rialto he dicho. ^1¡| ■ • V 



Te convendría más Pirlo. 

-A Rialto voy. 

jQué hombre porfiado! - 
4 Qué mujer testaruda! - 



dijo ella con fastidio, 
dijo el hombre acalorado. 



Y retumbaron las paredes con el potentísimo rebuzno de 
Cabeza de Fierro, como si quisiera él también participar en la 

porfía y la festejara. 

Por supuesto que la venta se hizo en Rialto, a cualquier pre- 
cio, pero el hombre comprobó la realidad de sus sospechas, ya 
que con la desaparición de Cabeza de Fierro volvió a reinar 
la paz en la familia, y todos fueron de nuevo comprensivos y 



razona 





n cambio, en Rialto se hizo sentir en seguida la presencia de 
Cabeza de Fierro. La gente estaba emburrada. La primera 
víctima del singular contagio fué el propio comprador. Do- 
líale una muela y decidió ir a Pirlo en busca de dentista. 
Un vecino le dijo: ■ 4 

No vayas a Pirlo, vete más bien a la ciudad y antes que 
se te hinche la cara. 

Prefiero Pirlo — insistió el de la muela. 
Mejores son los dentistas de la ciudad — dijo el vecino. 
No te he pedido consejo — dijo el otro, ya malhumorado. 



25 



—Bueno, hombre; ve adonde te plazca, pero apúrate, por 
que pasarás muy malos ratos si se te hincha la cara - fe acon , 

sejó el vecino. m 

—•Oye! — exclamó el de la muela. — Ahora se me anto- 



ja no ir a 



ninguna parte, y me vuelvo a mi casa. 



Así lo hizo, en efecto, y la hinchazón fué tal que parecía te- 
ner una pelota de tenis debajo del carrillo. Durante varios días 
permaneció así escondido para que el otro no le enrostrara su 

empecinamiento. 

Mientras tanto, las orejas de Cabeza de Fierro provocaban 



dmira 



fermedad burrera se propagaba lo mismo que una peste y se 
caldeaban los ánimos con las más estrafalarias y empecinadas 




iones. 




„p esos días feamente se puso en obra un plan relacionado 
con una insoportable banda gatuna que tenia a maltraer 

al vecindario. / , 

Vivía la banda en el sótano de un ruinoso caserón abando- 

nado. / 

Notable era la cantidad de gatos que allí había y más sin- 
gular aún la circunstancia de que todos ellos eran de un solo 
color, o blanco, o negro. 

Entraban y salían por un pequeño agujero y nadie les co- 
nocía aquel escondite. 

Pasaban el día ocultos y después dé medianoche daba el jefe 
gatuno la orden de salir. 

Grandes eran los perjuicios y los escán4alos de aquella horda 
de bandidos nocturnos. 



27 




En los gallineros, en medio del ensordecedo 
las gallinas, desaparecían los pollitos, los patitos 
nes de palomas. 

Entraban en las habitaciones que hallaban abiertas 
deraban de las provisiones, rompían vasijas y botella Y ^ ^ 
peaban o arañaban cuanto encontraban en su • ^ eStr °~ 

A su paso caían a la calzada las macetas de flores d 
cones. * 0s bal- 

Si en sus correrías llegaban al patio de la escuela o al 
nano de la iglesia se colgaban de la cuerda de la cam 
hacían sonar en el profundo silencio de la noche czuZT * 
alarma. ' tausand 0 gran 

i 

Pero lo más infernal eran los coros de maullidos que forma 

ban en panos y azoteas. Nunca hubo gatos que 2>T 

con tan interminables y lúgubres aueiidof „ ° 
dpi ™ j r, 5 ULj res quejidos, que parecían venir 

del otro mundo. Para no oírlos, las mu ¡eres U - l 

, 11» mujeres, los nuios y hasta 



loe hombres escondían la cabeza bajo la almohada, se apreta- 
ban las orejas con las manos, se introducían el. meñique en los 

nidos. I os agudos v quejumbrosos maullidos todo lo traspa- 

»jh.m ¿pino frgtijaíSl ' \ : < ■ ■■••'*.*' " ;■ . , ' 

Algunos hombres se levantaban de la cama y en la oscuri- 
dad disparaban sus armas Contra los escandalosos. 

Un rato había silencio, pero poco después recomenzaban 
los maullidos, más penetrantes y fúnebres que nunca. 



A tal extremo llegaron las tropelías y el suplicio de las te- 
rroríficas serenatas, que la i|puina del vecindario fué 
creciendo y convirtióse en un odio feroz que reclamaba 

venganza, venganza rápida y tremenda» 



i 


infle**** 1 






TlVOS 


| Había 




s fuego. 



acarrarlos wros ptf a tajarlos como a ti 
nraban por prepaiir im foso y sepultar 
t ~ hablaban de «ciarlos con nafta y pr* 



t 



guardia c 
dos de 



definitiva, el plan de quedar ios homb 





separa 
la 




% te 




alar 



a 



donde los encentra 



v de 



ear sobre ellos la unánime in 



n. 



S 1 





sin un 



hue 



w Cor 



otee 



iere vidas, fué propósito firme no dejarles nin 



ia, aunque tuvi 





Ya en la primera noche se produjo una seria discusión. Sos- 
tenían unos que los gatos eran blancos; porfiaban otros 
que todos eran negros. Fastidiados por el fracaso de la 
tentativa y por la mala noche, agriáronse los ánimos y cambiá- 
ronse frases insultantes. 

Fué la segunda noche tan infructuosa como la primera; 
menudearon las discusiones subidas de tono y las heridas a 



decía uno. 



amor propio. 

-Yo los he visto con mis propios ojos 

aseguro que eran blancos. 

usted ha visto otra cosa — le contestaban. 



y 




¡Me 



juego la cabeza a que eran negros! 

-Usted tendrá los ojos en la nuca. 



31 



Usted es un insolente ai decir eso 
¡Üuiuadá con lo que se dice! 
— i Yo se lo digo! r v 

— ¡Ah, sí!... ¡Pues no lo dirá dos veces! 

Y en medio de la tremenda gritería 

* putería, se acometían con 1 

garrotes, y se propinaba| los mismos golpes preparados 

diabólicos felinos. P ara * os 

La principal cuestión era el color de los gatos v A > 
i ti , & dLÜS > V olvidáronse 

las travesuras, los destrozos y los maullidos. 

Volviéronse aquellos pacíficos vecinos quisquillosos y agre- 
sivos. En todas las frases suponían alusiones a la disputa 0 a 

los garrotazos recibidos en la oscuridad. * 
Aquellas sí que eran noches toledanas. 
Hasta los más amigos se convertían en furiosos enemigos. 

— ¡Decirme a mí que son negros! 
— Pues yo lo digo: ¡son negros! 

— Estaría usted borracho cuando los vió — exclamaba otro. 

— ¿Borracho ha dicho? |j| ¡ ¡' 

Y allá iba el palo empuñado con bríos, y se trababa la 

contienda.;/! . "• . 

En aquellas bravas noches en que llovían garrotazos, reso- 
naban en todo el pueblo los triunfales rebuznos de Cabeza de 
Fierro, para aumentar el ardor de los que se peleaban. 




esaparhcíó de pronto la famosa banda gatuna; mas lo; 
ánimos seguían exaltados, y las furiosas riñas continua- 
ron como antes. 
Poco después fué demolido el viejo caserón, hn el sótano 
estaban las pieles de los gatos, que seguramente murieron en- 
venenados. '% -j ' t ■ ' r - ^ , '' 

Se comprobó, entonces, algo sorprendente; se compro o 
cuán inútiles habían sido las discusiones y las riñas; cuan tor 
pes son la vanidad y el amor propio. 



32 



Tenían razón quienes afirmaban que los gatos era kI " 
Tenían razón quienes porfiaban que los " blanct «- 
Llegaba la explicación cuando era tarde ne * ros - 
estúpidas violencias. * a evit « tantas 

Pasaban los traviesos gatos, al ser descubierta 
exhalación. Sólo se alcanzaba a distinguir a W \' C ° m ° Una 

t i * * i o 1 *** * íes UAtimrvc 

Y últimos ,ban unas veces los negros, otras veces U M 
eos, de acuerdo con las órdenes del jefe. 

Tal era la explicación de la porfía del emburrado vecindario. 




os estragos causados por Cabeza de Fierro también se hi- 
cieron sentir en la escuela. 

Cuando el maestro explicaba la lección, los alumnos 



fe 

hablaban entre sí y no mostraban el menor deseo de aprender, 
prueba evidente de que también sufrían el contagio de Cabeza 
de Fierro. - ' Jp i ¿ \ ■ 

El maestro preguntaba cuál era la capital de un país y 
contestaban que todas las palabras esdrújulas se acentúan; pre- 
guntaba quién era Cristóbal Colón y respondían que una 
porción de tierra rodeada de agua; mandaba sentarse a un 
alumno, y éste permanecía de pie; le decía a otro que sus- 
pendiese la lectura y el alumno continuaba leyendo hasta que 

el maestro le quitaba el libro. M ||^| 

En el recreo, estudiaban; las horas de clase las convertían 
en horas de recreo. : , 

Ají i 

as que niños parecían burritos verdaderos, que por equi- 



vacación se metían en la escuela y no sabían n*r, „ * i 
allí. 7 «oían para que estaban 




03 



mostraban la misma terquedad del maldecido 



asno. 




l hortelano que había comprado a Cabeza de Fierro deci- 
dió sembrar azafrán en su huerto. 

Como el clima no era adecuado para tal cultivo, los ve* 

anos se lo advirtieron, :ÉJl 

¿Eso dicen ustedes? — preguntó el dueño del burro, 
sabid ^ ecimos — le respondieron — porque es más que 
a 1 o que el azafrán aquí no florece y perderás los bulbos y 

el tiempo; ' ;í 

¡Pues para que lo sepan! — exclamó. — Vcy a sembrar 

an, pero no en un retazo, como pensaba, sino en eJ huerto 

entero. 7W 



Así lo hizo, en efecto, y no nacieron las plantas, y el hor- 
telano pasó el año en la miseria. 

En cuanto: a Cabeza de Fierro no hacia cosa de provecho 
v estaba cada vez más rebuznador y más terco. 
y Entrc amo y burro trabábanse a cada rato en empecinada 



con 





decía el amo. Y adrede Cabeza de Fierro no 



C ° mia -Bebe decía el amo. Y Cabeza de Fierro ni miraba el 



agua 



w , prefiriendo la sed a obedecerle. 

Si se empeñaba en que tirara, debía él mismo empujar a 
carro y burro, y tanto sudaba en el trajín que no recorrieron 
nunca más que unos pocos metros. ; 

Medíale las orejas y comprobaba que le seguían creciendo 
y esto aumentaba la inquina que le tenía. 



Después de incontables rompederos de cabeza, se decidí' 
venderlo. Mas ya la fama del asno había cundido y en cu 
le veían las orejas lo reconocían y renunciaban al negocio. Na 
die lo aceptaba, ni de regalo. 

Entonces concibió el asnal propósito de hacerlo morir de 

"fc** 1 ^ r ^^^^^^ / i ■ - ' v ' : V 'S% 

Para tal fin, salió con él hacia el cercano bosque. 
Mientras iban andando le decía: 

Al cabo he comprendido tu deseo y me dispongo a com- 
placerte. Tú no naciste ni para el pesebre ni para el trabajo. 

jA ti te gusta la naturaleza! - "i' 




Fue aquella la única vez que Cabeza de Fierro se sometió 

a Ja voluntad del amo, pues lo seguía dócilmente. 

Cuando llegaron a lo más oculto de la espesura, lo ato 
un árbol corpulento y a modo de despedida di jóle: 

a / 1 _ ____ _ ^1 - ^ . - * * - ^ A. 



•Ahora 



que mueras aquí de hambre por terco! 
Y se alejó riendo a carcajadas. 



x / v -* 

Cabeza de Fierro levantó las orejas y miró alejarse al amo. 
Luego comprobó que allí la soledad era completa y el bozal y 

la cuerda tan resistentes que jamás los rompería. 




h*bía olvidado de sus rebuznos. Ellos le ser- 



vinan 
denado. 




I día siguiente, unos muchachi^ue se aventuraron a pe- 
netrar en el bosque oyeron los rebuznos, lo hallaron y lo 



soltaron. 



i 

minar 



Itaron. , , , 

Pobre asno! — dijeron. — i Cuantas ganas tendrás de ca- 
tar v de comer! ÜB1 
Pero el asno siguió tan quieto como cuando estaba atado. 
Por más que se empeñaron, no consiguieron que cambiara de si- 
tio. Y esto hizo Cabeza de Fierro con el propósito de llevarles 
la contra a sus salvadores. y 

Solo cuando los muchachos se alejaron se puso en movi- 
miento y comió de la apetitosa hierba que fuera del arbolado 
crecía en eran abundancia. 

Y andando, andando, se juntó con otros borricos que por 
entonces tenía sueltos el dueño de aquel campo. 

os nuevos compañeros advirtieron de inmediato que las ore* 
jas de Cabeza de Fierro salían de lo común, pero disimula- 
ron la sorpresa, por pura cortesía. 

Rebuznó y sus rebuznos siguieron hasta que hizo callar a 
ios otros burros. 

(Buenas pasturas aquellas! — exclamé r,k», a S 

■ £ a efecto lo son a- , e * clamo Cabe *a de Fierro. 
V** agua nos unp.de aprovecharlas. 




Pero su- 



Est* • r — »*" acenarias. 

r / ? tr ° nco de árb °l — observó C a k~ a Ü 
caído sobre el am„ «oservo Cabeza de Fie- 

enc ^a de él se pasa !°T U ° P Uente " Caminando por 

Fasa racilmente al otro F 



-O no se pasa - rephco uiffburra. - El tronco es rcsh, 

lad.zo y tra.c.oncro y uno que intentó la prueba casi ¿ 

— Cammando por ese tronco — insistió Cabeza de Fie 
como si nada hubiese oído — se pasa al otro lado. 

—Pasa tú, si te animas — dijo un burro. — Nosotros 

lo haremos. no 

¿Que si paso? ¿Que si me animo? — preguntó él 
Y sin esperar más se aventuró en aquella prueba. No había 
dado cuíco pasos cuando resbaló y dio con la cabeza contra el 
tronco, y cayó a todo lo largo. Por suerte, no había llegado 
a lo más hondo, que si avanza un poco más, con lo atontado 
que estaba, es seguro que se ahoga. 

Se levantó dificultosamente y cuando volvió chorreando 
agua a tierra firme tuvieron buen cuidado los compañeros en 



no decirle una palabra, porque si algo le decían era seguro que 
volvía a intentar k prueba y era capaz de matarse. 




xistía en aquel campo una cuesta pedregosa y empinada. 
Con frecuencia andaban cerca los jumentos, pero nin- 
guno se atrevía a subir por ella. 
Cabeza de Fierro dijo mirándola un di a : 

—Si se me antoja, por allí yo subo y por allí yo bajo a la 
carrera. 

—No lo harás — l e replicó un compañero. 
Y el más viejo le dijo: 

dazos € n U ^T* qUe Subas ' aun( l ue los casc °s se te harán pe- 
juicio. ^ 5 per ° no ba Í €s P° r ella, si te hallas en tu 



| — En nii juicio estoy — respondió él. — Y lo haré ahora 

mismo tal como la digo. 

Viéndolo en trance de acometer tan descabellada empresa 
se le acercó compadecido otro burro y le dijo, en el mejor tono 

que pudo: wM¿ 

—No intentes eso, que no vale la pena. Si quieres vamos a 
jugar una carrera a ver quién corre más. 

— Dije — respondió el tozudo — que subiría y bajaría la 
cuesta, y a mi nadie me saca de mis ideas, y cuando lo digo lo 
hago, y cuando lo hago no me ataja nadie. 

Varios burritos lo contemplaban azorados y uno de ellos, 
viéndolo ya en pedazos, dijo: 

— ¡Si sube, las orejas para mi! 

—¿Oyes? — le advirtió una burra. — Hasta los pequeños 
saben que es temerario lo que -te propones. 




44 



F¡em>, y a la carrera ^ f^JJ^ld^s consiguió subir. 
Resoplando y sacando chispas de las peora 5 . 

§ cuando estuvo arriba rebuznó ¿ciendo* ; 

f ¡Dije que subirla y aquí estoy! ■ y j | 

Luego dio otro rebuzno, para decir: ; ^ f 
■Dije que bajaría, ¡y bajaré ahora mismo! 
: ¿ u«¿ m « no como imaginaba. Apenas dio unos pocos 



como 



ptiau^ xxx^ b - 1 11 

puntiagudas piedras y cayó a plomo en lo llano. 

En seguida todos lo rodearon, y olieron la sangre que le bro- 
taba en varias partes de la piel. Ya lo daban por muerto cuando 



empezó a soplar y a quejarse dé bUmente. 

Horas estuvo tendido, a ratos sobre el costado izquierdo, a 
ratos sobre el derecho, a veces boca abajo, a veces boca arriba. 




Cuando por fin se levantó, se tambaleaba como á ( 
desplomarse, y menos mal que los compañeros para ' " 
garlo mfe aún, fingían estar distraídos, y ¿ Z lZCí 

reojo* 




el pantano que formaban las aguas en la parte más baja 
de aquel campo jamás entraban los burros ni los burritos, 
pues ellos saben perfectamente donde pisaa. 
Crecían allí algunas grandes hierbas de lindísimo aspecto y 
Cabeza de Fierro preguntó a los compañeros por qué no las 



comían. 



■Porque no se puede — le respondieron. 
¿Y por qué no se puede? — dijo. 
Porque no se debe entrar — le respondieron de nuevo. 
¿Y por qué no se debe entrar? — volvió a preguntar él. 
Convencidos los burros que era peor darle razones, prefirie- 




ron callarse y lo invitaron a ir hacia otra parte. 

Pero Cabeza de Fierro golpeó el suelo con la pata derecha 
e insistió en su pregunta: 

— ¿Por qué no se debe entrar? 

El asno más viejo, que era el que en estos casos realizaba el 
último esfuerzo para disuadirlo de sus soberbias y obstinadas ac- 
titudes, le explicó: 

— No se debe entrar porque es un pantano hondo, mitad 
lodo, mitad agua, que no permite caminar ni nadar, y quien 
en él se metiese se sumiría hasta las orejas. 

— ¿Lo dices por reírte de mis orejas? — preguntó él. 

— Lo digo — respondió el burro viejo — para salvarte del 
peor peligro que hayas corrido en tu vida. 

Cabeza de Fierro miró despreciativamente al del consejo, 

di * 

¿Cuántos de ustedes han entrado en el pantano? 
¡Ninguno! — - le contestaron. 

Pues si ninguno entró, ninguno sabe nada. Lo que hay 




47 



aquí es mucho miedo!, asi se pierden mtedes , , 

bocados, que son aquellas hierbas. n «* 
Y si» pensarlo más «iropelló y se metió en el pa ntar „ 
En el primer momento creyeron que nunca mislc T" 
pues desapareció totalmente en el lodo; pero luego •aUerTT' 
puntas de las orejas, y después sacó el hocico, estirando mucho 
el pescuezo, .lo que Significaba que a fuerza de tanteos había ha- 

liado algún apoyo en lo profundo. 

Asombrada la banda contemplaba aquel espectáculo jamás 
visto, y en voz baja opinaban sobre lo que ocurriría. Veíanlo 
tragar barro, con las narices negras y los ojos casi salidos de las 
órbitas, sin dejar de moverse en busca de alguna parte más alta 



o más consistente para poder afirmarse. Asi llegó la noche, así 



pasó el otro día y de nuevo volvió la oscuridad. 

Al tercer día amaneció Cabeza de Fierro en tierra firme, 
echado, sin alientos y tan cubierto de barro que costaba reco- 

su escuálida figura. 
Mucha lástima experimentaron todos al verlo, y todos se 
alejaron, para ahorrarle la vergüenza de su fracaso. 

Nuevamente, creyéronlo curado de su testarudez; pero se 

equiv 





de esta planta parecen ser sabrosas i^¡¡^ 
bren sus bordes agudas espmas. La sabiduna , D ^ 

resuelto el serio problema de ^^^Z C-"> * 
tomar las hojas por el extremo, las cogen por U ^ 
espinas están dirigidas hacia arriba, no se les hincan 
y las mastican y tragan sin dificultad. ^ h¡jo 

Oyó Cabeza de Fierro que una burra ««en* 



diciéndole: ^Wnte que todas las hierbas- 

—Esto se' come de modo diferente qu b $e . 

¡Fíjate bien!... Tomas la hoja, así, de aba,*., é 



paras... 

48 




¡Fíjate bien! Ahora te la comes tranquilamente, siempre con la 

punta para abajo. 

Cabeza de Fierro nunca había visto un cardo, pero no 
pudo aguantar más tiempo sin entrometerse y sin llevar la con- 
tra. 

—Esto, hijo mío — di jóle al pequeño, — es una hoja, y se 

come igual que todas las hojas. Tu madre tiene una idea y yo 

° n „ i .Piiate' Tomas 

tengo la mía, y a mí nadie me saca de mi idea... W« 

la hoja bien arriba, ¿ves?, y sin separarla de la planta te 
mes como... hago yo... tranqui... tranquila... la- ••• 



te* « 



Y no pudo decir más 



50 



boca 



dolores insoportables. í 

Entonces, dióse vuelta y ante las carcajadas de grandes y de 
chicos echó a correr como un endemoniado. 




i gún tiempo después apareció en aquel campo un león, que 

durante el día se ocultaba en el monte. 

Los burros andaban lejos, lo más lejos posible del te- 
mido carnicero, sin dejarse tentar por ninguna pastura ni por 
la agradable sombra de los árboles. 

Pero Cabeza de Fierro, siempre el mismo, exclamó: 

Si a mí se me antoja ir al monte, con seguridad que iré 
Tú no irás — le dijeron. — Sería locura. 



Lo digo yo, y basta. 

¡Basta, sí, basta de locuras! — l e aconsejaron. — Repara 

que esta es de las que no tienen arreglo. 

—Cuando se me mete una cosa en la cabeza, ¡no hay quien 

me la saque! V 

Un burro le dijo: 

—Esta vez te la sacarán, y con la cabeza entera. Déjalo 
por lo menos para mañana, y piénsalo mejor. 

—No hay mejor ni peor que valgan. Cuando digo blanco, 
es blanco; cuando digo negro, es negro. 

Y sin esperar más enderezó hacia el monte. 




os otros burros mirábanlo asombrados, con las orejas en 
alto, y sin dejar de rebuznarle sus consejos. 
El no les contestó, y siguió adelante. 
Al poco rato, yendo por un caminito entre los árboles, vió 
al león agazapado contra un grueso tronco y exclamó: 

¿Qué?... ¿Piensas darme miedo?... ¡A mí no me asustas 
tú, por mala cara que pongas! 
Y siguió andando y diciendo: 



Cuando digo blanco, es blanco; cuando digo negro... 
Y no pudo decir más. 
Saltó el león sobre él y lo mató. 




¡ fué el triste fin de Cabeza de Fierro, aquel que desde pe- 



uisimas 



asustaban a los otros burritos ; aquel que era como esas 
personas que van contra el sentido común y contra la razón, y 
por ello padecen innumerables sinsabores y grandísimos que- 
brantos. ( 
En toda su existencia no hizo más que confirmar su tama 



53 



símbolo 



le ctttarudo, pues no se rindió nunca a los avisos de la expe- 

u ni a las atinadas reflexiones del buen consejo. 
Murió como había vivido, empecinado en su propósito, 
singló en la memoria de la gente como el perfecto 

delft terquedad. ^ - 

Durante mucho tiempo, al referirse a una persona capri- 
chosa y testaruda, se decía: "Como Cabeza de Fierro", y que* 
daba explicada la condición del aludido. - 

i • / 1 i* £ 1 * 



poco 



i.Vl<to ijyj\~\s ** f — — - 

lo mismo que ahora se dice: "Terco como un burro". 



Y esto es una injusticia. 

Los burros son más inteligentes de lo que se supone; son hu- 
mildes, pacientes y sobrios; han ayudado siempre al hombre en 
sus trabajos, y merecen la simpatía y la gratitud de la huma- 



Cotntancio C. Vigil 






1. 

2. 
3. 
4. 

6. 

7. 

8. 
• 9. 
10. 
11. 
12. 




Misia Pepa 
Los Chanchín 
El Mono Relojero 
Muñequita > ' 
Los Ratones Campesinos 

Trágapafc^iiy^ñ' : ; 
Botón Tolón 
La Hormiguita 
El Manchado 




era 




La Dien tu* 
La Familia Conejola 



X 3 • 
14. 

15. 
§6. 

17. 
1*8. 



19. 
20. 
21. 
22. 



SI 



La Reina de los Fajaros 
Chicharrón 
El Bosque Azul /..- 
Juan Pirincho v v 
Los Enanitos Jardineros 
Los Escarabajos y la 1 
Moneda de Oro 
Cabeza de Fierro 
El Imán de Teodoríco 
La Moneda Volvedora 
El Casamiento de la 
Comadreja * 





énfemetW <k b testarudez, .tan Efundida convdantna y ™< a ^J¿ 

la lectura de Cabeza i**»*» <*W «N* - "* £ £<¿5£¡ 
diese los demos frutos. Grande y chicos ^enn^tan con g «i 
«.¡«tíferos efectos de este «dtmrafcU de V.gd v p .Ggstavo tso , 



a a 



Pe 



LIBRO EDICION ARGENTINA